Virgilio estaba cansado de escuchar por la radio las malas noticias, ya suponía sobre el día frío y húmedo. Se acurrucó en el viejo sillón esperando que algún pensamiento perdido le cayera encima, y esto, por casualidad. De pronto recordó el paso rápido del tiempo; la última vez fue hace poco, le dejó con ese desgano de siempre, una caja de color púrpura con algunas memorias y otra amarilla cargada de fábulas hechas con harapos que no pensaba abrir. “Siempre hace lo mismo”, recordándolo se volvió a ensimismar en su sillón y como de costumbre en esos momentos, el letargo ya jugaba con el aburrimiento.
Luego de un lapso se levantó, cruzó la sala llena de muebles viejos y, abriendo la puerta de uno de los cuartos, bostezó. Era una habitación llena de cajas de recuerdos, historias tristes, reseñas épicas, de todo lo que se escuchó; ellas apiladas una encima de otra, con etiquetas viejas que algo indicaban. Y volviendo a esas cajas que había dejado el tiempo en la sala, apilándolas las arrastró hacia aquella habitación y, ni bien pasó el umbral, dejándolas allí nomás, no quiso saber más. Sin embargo, mientras cerraba la puerta le llamó la atención una caja en particular.
Era una que invocaba, quizás, a un mal suceso. Eran las huellas del maltrato que ella presentaba, la falta de solidez; todo eso le traía a la memoria aquel encuentro con el dolor, esa vez en que lo encontró después de una discusión con el tiempo.
- ¿Y quién eres? —le había preguntado al dolor.
- ¿Y eso importa?… —respondió este con molestia.
- No se responde con otra pregunta —le amonestó—. ¿Quién eres tú? —esta vez la voz de Virgilio se volvió enérgica.
- Hmmm… dolor —respondió moviendo las manos como revolviendo algo.
- Y se puede saber… ¿qué haces?
- … acompaño al tiempo en el camino y se me encargó mirar el alma y el cuerpo de los demás, pero no es como dice el tiempo —explicaba como molesto con el tiempo.
- ¿Y por qué discutías con el tiempo?
- .. porque, según él, maltrato sus cajas —respondió el dolor quejándose.
- .. ¿es cierto? —preguntó con marcado ímpetu.
- Y tú, Virgilio, guardián de las memorias, tendrías que decirme tú si eso es verdad —exclamó el dolor.
- Sé que algunas de esas cajas se maltratan más rápido que otras —lo dijo bajando la guardia—, pero no sabría la razón.
- Y eso es, eso es —profirió el dolor y con cierto lamento — yo solo los toco…
Este diálogo había paralizado algo en Virgilio, así que este ingresó a la habitación, resoplando se llenó de valor y abriéndola…
Massa era una niña de graciosa apariencia, sus cabellos castaños, rizados acentuaba su carácter vivaz. Había nacido en la casa de un herrero y su madre, al dar a luz y ver en Massa una brumosa aura, habría buscado consejo en las estrellas dibujadas en la caverna del monte Tambú. Así, ella se perdió entre las constelaciones navegando las corrientes del Erídano, arrastrándola lejos de casa.
Mientras tanto su padre vivía su oficio con la ayuda de la soledad, que no decía mucho, pero le era útil para su alma. Entre las brasas del día y sus centellas se movía Massa, entreteniéndose con la ingenuidad, que le contaba historias de caballos voladores, peces que hablan, enanos sabios y dragones guardianes de brillantes memorias.
Un día el dolor pasó de lejos por la casa del herrero. Podía escuchar el silbido que causaba el susurro de la soledad y le molestaba el alboroto que levantaba la ingenuidad, así que decidió acercarse un poco más. El herrero sonreía al hombre que sujetaba un caballo con herraduras nuevas y que, después de decirle algo, se marchó por el camino al monte. La niña se limpiaba la nariz y luego las manos en su raído delantal verde oscuro buscando con su sonrisa los ojos del herrero. La ingenuidad, mientras tanto, distraída buscaba algún artificio entre sus nubes que le sirven de almacén. Al otro lado, la soledad, sentada al borde de un banco, observaba al herrero como pensando qué susurrarle al pasar. El herrero parecía hablar con su martillo, y con su tenaza azuzaba el fuego y miraba de reojo a Massa, que sonreía aún más al encontrarse con su mirada.
El dolor supuso que hace mucho no había pasado por allí. Todo parecía estar en el color pastel aburrido de la monotonía, así que decidió acercarse más.
De pronto, el golpe del martillo contra el hierro lo altera y, llevado por un irracional instinto, corre hacia el herrero abrazándolo en violento impulso desgarrando el profundo mal en él. Martillo y tenaza se deslizan de sus manos y en lenta secuencia se desploma frente al fuego encrespado.
Y como el mal nunca llega solo, un estruendo y un temblor anunciaban su presencia; y el lugar se llenó de un gélido y penetrante hálito que hurgaba todos los relieves del lugar. Y en contraste las llamas sobrepasaron sus límites y sus destellos avivaron sus brasas para convertirse en lenguas malhabladas con el afán de destruirlo todo. Ya para esto la pequeña Massa levantaba la mirada, advertía el cambio; deseaba encontrar a su padre que, retorcido por la inmensa presión, miraba al techo buscando dónde aferrarse para no dejarse llevar por el pesar. Pero Massa en el desconcierto no reparaba lo que sus ojos avistaban, solo la soledad y el silencio se habían allegado a ella, se abrazaban y lloraban la incertidumbre. El dolor se alejaba ya consternado mirando su obra; arrepentido veía cómo su huella se ensanchaba en aquel paisaje.
El estruendo y el temblor se acrecentaron y se extendieron fuera del lugar. Massa, en su esfuerzo por encontrar a su padre veía al silencio huir en pánico; y divisó su cuerpo, corrió hacia él, tomó su mano fría hablándole sin fijarse en sus ojos que habían perdido ya su brillo; sin embargo, entre sollozos lo tiraba con toda su fuerza sin lograr moverlo. La soledad con la expresión congelada se reducía en el lugar sin poder ayudarla; el estrépito de las cosas al caer se acentuaba cada vez más. La amenaza entró con un grito y Massa con el susto corrieron dejando el inerte cuerpo de su padre detrás; sí, ella corría viendo cómo todo se derrumbaba. Ya sin querer más llegó a las afueras de la cabaña tapándose los oídos; solo quería sentir su alma y con un lamento deseaba espantar a la soledad y al susto. De lejos, la indiferencia y el dolor observaban cómo la casa se hundía.
Al final del día, Massa, sin entender aún lo que había ocurrido, tomaba lo que había quedado entre los escombros y es tanta la calamidad que no podía ver el cuerpo de su padre, solo a ese martillo y sus deseos de seguir golpeando.
Sí, el estruendo y el temblor habían demarcado un límite, habían separado el antes y el después. Muchos buscaban con ansias sus mañanas, otros habían dejado detrás la multitud de sus recuerdos, unos pocos habían dejado caer a la locura en el camino, y los demás llevaban consigo el olvido. Sin embargo, las estrellas eran las únicas que podían atestiguar todos los hechos sobrepasando toda frontera, y es así como los sensibles se afanaron por saber qué es lo que ellas podían contar.
Las estrellas seguían también con atención el caminar de Massa. Entretanto ella, la pequeña, rechazaba toda compañía, y aunque dejó a la pena con su carga y a la tristeza con la amargura detrás de la montaña que cae lentamente al mar, estas la seguían de lejos.
La vida sigue su curso con ese cadencioso y constante ritmo, que se enluta con las desgracias, y se aferra a la esperanza de algo bueno por venir. El tiempo corre sin mirar atrás y el mundo se oscurece contagiado por la maldad que contamina el alma de los hombres que se complacen en destruirlo todo, y solo por esa angurria de querer más e insaciablemente más.
Massa cansada de huir con el maltrato y con la soledad a cuestas, compañías que no hablan, enmudeció su alma, llegando así a un lugar sombrío.
Un día una voz invadió su ser. No entendía esas resonancias, se juntaban las sílabas como buscando su lugar en un rompecabezas. La voz muchas cosas decía y ella sin comprender. Algunas noches pasaron para entender que era una estrella, así que presurosa se alistó, sin esperar más, tomaba rumbo a la Alcazi, aquella colina sin bosque, solo la cubre la hierba hasta su corona. Decidida emprendió su camino, y sin mucho esfuerzo alcanzaba la cumbre y, mirando el azul del cielo deseaba saber más de aquella estrella. Sin embargo, ese astro se escondía detrás del resplandor del sol. Y cuando el horizonte se estiraba ampliamente a lo largo de su línea, una punzada en su pecho la encogía y, como buscando guarida dentro de sí, se estremeció. Un halo oscuro como una rosa amarga brotó de su ser y con ello todo lo feo, una espesa nube, oscureció su existir, y aunque el sol para muchos brillaba, para Massa las imágenes de esa gente mala y esos momentos horrendos entenebrecía su presente.
Massa buscaba alivio, y a su costado, sentadas en el suelo, la amargura propinaba lisuras y murmuraba maldiciones y, al otro lado, la tristeza mantenía su rostro escondido y no se dejaba escuchar. Massa, recuperada y muy molesta, se dejaba llevar por los improperios que la amargura vociferaba; la tristeza seguía sin dejar ver su rostro, solo dejaba sentir su sombra. Después de mucho alboroto y desconsuelo la amargura quedó exhausta y durmiendo se silenció. Massa al no entender tanta maldad iba hirviendo en el caldero de la venganza sus más amargas emociones, se iba transformando en la persona que nunca imaginaba ser, y mientras movía las pócimas del odio se encontró con la mirada calma de la tristeza, que contemplaba cada uno de sus movimientos. Y, entre sus turbios pensamientos, la tristeza habló…
—¿Y piensas que así vas a conseguir algo? — era su voz muy suave, pero firme.
- Quizás me sienta mejor después — dijo Massa recordando al dolor.
- Deja eso — le ordenó la tristeza.
- Mi padre siempre me decía que no escuche a la tristeza —le reprochó Massa con cierta rebeldía.
- Y tenía razón, pero esta vez no te llevaré a la muerte, esta vez será diferente — su mirada con párpados caídos y sonrisa tenue.
- Al levantarse resultó ser la tristeza más alta de lo que parecía. Sus pasos dejaban huellas profundas y, tomándole de la mano, la llevó a un costado de la cima y allí se sentaron.
- Aquí es el lugar indicado. — dijo la tristeza señalando con sus manos de dedos largos el borde de la colina mientras miraba el horizonte.
No se dijeron nada; sin embargo, Massa sentía algo en su corazón.
- ¿Qué es esto? —le dijo tocándose el pecho.
- Es esa piedra — le confirmó la tristeza.
- Pero es que pesa y pesa y cuanto más te miro más profundo es este sentir — y echose a llorar, pero muy por adentro, las lágrimas bañaban aquella piedra.
- Y te siento llorar, aunque lo quieras esconder —hizo una pausa como esperando la confirmación que no llegó, y prosiguió— eso que sientes no es malo, esa gente ha quedado detrás y ha dejado huellas debajo de esa piedra, sería mejor que la muevas y la quites de ti mientras estoy contigo.
Al decirlo, Massa entró y, tal como la tristeza le había dicho, encontró una piedra de enorme apariencia junto a su corazón, debajo de ella estaba húmedo y le hizo suponer que nada bueno encontraría allí. Y mientras las lágrimas aún corrían por sus mejillas, se propuso sacarla de su corazón, así lo hizo. Sus rodillas y sus hombros sentían la tensión que provocaba el subestimado peso y levantarla parecía imposible, pero al moverla un poco, esto causó una corriente de aire que salía debajo de la piedra, como si esta estuviera tapando un canal de aire fresco, y de pronto ya no era tan pesada. Esa ventisca fresca inundó el lugar; era fuerte, sus cabellos flotaban al aire y se llevó todas sus lágrimas. Cuando salió de aquel lugar, se encontró en el mismo lugar donde estaba sentada con la tristeza; ella ya no estaba más allí. La piedra de su corazón ya no pesaba como cuando estaba allí adentro; sosteniéndola en la mano, la miró y con algo de nostalgia la tiró, viéndola rodar hasta perderse de su vista.
El lugar en la colina oscurecía y las estrellas asomaban con curiosidad dando cierto tintineo tímido y volvían a desaparecer; así venían y se iban dando chispas en el oscuro firmamento. Hasta que de pronto sonidos graves, de magna amplitud e insondable origen acentuaban la noche y las fastuosas estrellas mostraron sus hazañas, de centauros, de Pegaso y del cazador Orión, de guerreros y dragones. Pero sobre todo se impuso una voz suave que llenó el vasto firmamento, una firme línea de melodía, un rayo de luz la iluminaba mientras entonaba su amor. Massa, que contemplaba absorta el infinito, se sentía envuelta con el fino resplandor y, por ese amor, comenzó a descifrar la melodía de la voz…
Soy tu madre; quedé atrapada en el firmamento de Tambú. En mi afán por salir, las corrientes del Erídano me alejaron aún más; sí, esa soy yo que navegué por sus turbias aguas, luché contra la muerte y crucé el Hades. Soy tu madre y soy mujer, el mundo oscuro me tuvo por flagelada, débil y frágil; alzaron sus fuerzas para dominarme, para complacerse con mi cuerpo, someterme con la fuerza del abuso. Mas cuando el universo me entregó su luz, descubrí el poder de dar vida, el poder de levantar y restaurar, el poder de construir sueños y hacerlos realidad; y sobre todo vencer al mal y a los miedos más lóbregos. Yo soy tu madre y soy mujer… y vencí al monstruo marino y lo oscuro tuvo miedo de mí al verme vencedora sobre la cabeza del monstruo. Soy tu madre y tú mi hija…
Massa quedó confundida con esas palabras que causaban borrascosas emociones, y todavía sin poder controlar sus pensamientos la voz prosiguió…
Soy tu madre y soy mujer… y después de muchas angustias vine a dar a este firmamento y ahora soy la reina del Norte, Casiopea para el navegante deseoso de llegar a su hogar; cuido de las fieras, de la Osa Mayor y del amanecer, y todos desean encontrarme y contemplarme…y ahora que me escuchas recibe pues lo que he guardado para ti… Deja que se vaya lo que tiene que irse, de esa manera renacerás…
Después de escuchar todo esto, la fuerza de aquellas palabras fluía en su ser, y una furia de venganza, de ir en pos del dolor le sobrevino, la fuente de su desgracia y su soledad. Preguntó al tiempo y a la noche, pero no le dieron razón. Divagaba por el valle deseando encontrar a alguien que la inspire, pero solo la tristeza hacia su presencia lejana y la amargura por detrás se dejaba ver entre las sombras.
Pasó el tiempo dejándole cajas de recuerdos mas ella no mostraba interés. Ella por el contrario se enfurecía tanto con el tiempo que arrojaba fuego a su paso. Los días oscurecían y las noches se llenaban de cenizas.
En aquel día que no olvidará, reconoció entre la bruma al dolor. Por el modo de caminar parecía desorientado. Ella no se dejó ver y lo seguía escondida detrás de las sombras. La respiración se suspendía y por ese momento sus pensamientos se esfumaron, no actuaba en sus cabales, daba pasos en la inercia de su tiempo. En el silencio de su pasado flotaba una ligera emoción como una pluma en la quietud…
El solo verte
me adolece
El perdón se disipa
como en las noches mis lágrimas
Nada conjuga con mi mirada
quizá ese odio irreverente
con esa furia irreprensible
esa fuerza que
me destruye
me espanta
y me mata
Mis plegarias regresan
con violencia
con ese vil pasado
con muchos torbellinos
que me dejan escombros
me dejan llana
me dejan mal
El solo verte
me adolece
Y esta emoción se repetía y daba vueltas mientras el dolor buscaba su razón. De pronto una sombra de gran tamaño se movía entre las penumbras engullendo en soberana calma otras sombras. Era una enorme ave negra de apariencia carroñera, en amenazante movimiento rodeaba al dolor y este reconocía la intención y apuraba su paso. En rasante vuelo se lo tragó y en abrupta acción se detuvo, el ave luchaba por pasarlo levantando la cabeza, estirando el cuello y aleteando ocasionando fuertes vientos y todo en un aprieto agonizante, cayendo aparatosamente, inmóvil al tiempo llenando con silencio el lugar. El ave yacía muerta con los ojos abiertos, de pronto, de la media apertura del pico salió, como entre un suspiro, el dolor; él seguía desorientado como al comienzo y en tambaleante caminar prosiguió su destino.
Massa comprendió que contra el dolor nada se podía hacer, ni él mismo soportaba su propia existencia. Y queriendo ella salir de ese lugar vio a la amargura de lejos, se despidió y se marchó.
Entre las muchas enredaderas verdes y bajo las sombras del día claro, Massa dejaba florecer sus pensamientos en diálogo consigo misma, rebatiendo sus espumosas dudas. Mientras tanto los trovadores de lo oscuro dejaban escuchar su cantar…
El mundo dice:
No hay cura para el dolor
y más si es del corazón.
Ni el tiempo
Ni el viento
Pueden con este tormento.
Escucha el consejo
que no hay regreso con el tiempo
Escucha el consejo
que la vida es un lamento.
Y lleva tu dolor.
Con este canto danzaban las almas pobres, Massa asolaba así su alma, y al son de esa tonada se encaminaba tras los pasos de la tristeza.
- … y me alcanzaste y me querrás pasar — dijo la tristeza con su dulce mirada caída.
- Cómo podría, sería imposible — la pequeña con resignación contestó
- Y sí, mejor no lo intentes. Pero, ¿qué haces por aquí?
- ¿Por qué el dolor nunca deja de ser? Tú, tú lo sabes — arremetió la niña
La tristeza en su calma sorpresa la observó por un momento y luego volteándose como hablando al horizonte dijo…
- El mundo sin el dolor no entendería la descomposición — lo aseveró con firmeza
- ¿Cómo? — la pequeña Massa frunció el ceño sin entender
- En el alma y en el cuerpo, cuando algo se descompone, duele — susurró la tristeza y continuó — y porque duele, curamos… no desprecies al dolor pero tampoco te fijes en él.
- ¿Y tú? — buscaba la niña los ojos de la tristeza
- ¿Yo?… Yo soy un color más en tu vida, en tus recuerdos y en tu presente.
Después de un largo lapso, Massa dejó de pensar en el dolor, la tristeza sostenía con tensión al silencio, y en su tono más bajo ella claudicó…
- ¿Por qué me han abandonado? — y estalló en lágrimas dejándose hundir en el abrazo más profundo.
Y estuvo llorando como nunca lo había hecho y de su llanto crecieron ríos y llenaron nuevos mares, y tanto fue su desconsuelo que los secos desiertos reverdecieron como en el principio de los tiempos, y los árboles se fortalecieron tal como cuando se pensó en la creación porque las aguas venían de la fuente cristalina de una alma pura, y es así como la luna se gozaba jugando con el ir y venir de las mareas y de las estrellas solo Casiopea se mostraba muy tintineante de preocupación, las demás se gozaban por la nueva vida.
Al amanecer, de Massa solo quedaba sus ganas de existir en el firmamento, no obstante, su deseo de dejar su huella en el lugar siempre fue tenaz. Así que, antes de marcharse tomó el blanco de su inocencia para los felinos más fuertes, el azul de su cielo para los peces más profundos, el claro del jazmín para los oprimidos, el rojo del amor para los bordes del planeta, y de su voz, el rosado para maquillar los ojos del pasado, y así se cubrirían los días; ¿y qué decir de las noches? La luna iluminará algunas noches la fuente de la fantasía, solo aquellos que la deseen podrán ver al destino en las estrellas y es así como la volverán a ver.
Y en su momento perfecto recordará lo que su madre dijo…
… Deja que se vaya lo que se tiene que ir, de esa manera renacerás…
Por un momento se queda Virgilio pensativo, se yergue vacilante apoyándose en la maltrecha caja, la arrastra a la habitación junto con las otras. Al cerrar la puerta supo que algo había cambiado en el aire.
Verdades flotan en el valle y en las plazas, y muchas parecen ser vanas como para guardarlas en alguna caja. Mas lo que tiene que irse te lo dirá el corazón.
HOLA!