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Mi abuela fue una mujer de una fuerza casi de la calidad de «Marvel», una superhéroe de ojos grises, delgada y de cabellera plateada. Conocedora del buen gusto y de aguda orientación con respecto a la meta. Sola y sin el abuelo levantó a sus cuatro hijos, con su maquina de coser llegó a ser una renombrada modista de la alta sociedad en su época.

Alguna vez en medio de una soledad caprichosa me dijo, soy Natividad, es mi nombre y anuncio el nacimiento de algo bueno en la vida de los demás, y más, la Natividad de aquél que trajo la salvación.

Ahora que no encontramos en el mes de las luces, en el tiempo en que la gente alumbra sus fachadas con arreglos de luces de muchos colores me hace pensar en mi abuela, Natividad.

Es el tiempo de detenernos, de hacer una pausa en el camino, es el tiempo de pensar que el mundo ha sufrido un cambio, que muchos se han ido por culpa de una epidemia. Esto me hace recordar algo…

Hubo la historia de una invasión de serpientes venenosas en un pueblo lejano y el pueblo moría bajo el efecto de sus mordeduras y su veneno; los moradores levantaron una serpiente de bronce en medio de la plaza y sabían que todo aquel que miraba a la serpiente de bronce viviría. Ya la gente no corría en la desesperación de que iban a morir sino que entraron en el reposo que les daba la confianza de mirar la serpiente de bronce y así se salvaron. Una de las explicaciones fue, mientras el pueblo frenéticamente luchaba contra las serpientes, estas mordían en reacción al enfrentamiento, mas cuando el pueblo dejó de perseguirlas y se concentró en la serpiente de bronce dejaron de enfrentarse y las serpientes tuvieron la oportunidad de alejarse del pueblo.

En este tiempo de la Natividad, haz una pausa en tu carrera, haz un duelo por los que han dejado de existir, da gracias por la vida, y mira que la epidemia deje el pueblo, haz lo que se debe hacer y que se vaya sin que se lleve a uno más.

El amor transforma y solo él puede salvarnos.