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había una vez un lugar…

Cuando era niño mi padre tenía unas tierras de cultivo y un tiempo vivimos allí. Recuerdo ahora un pasaje muy claro. Nuestros vecinos, como es de imaginar, están muy alejados, pero algún contacto teníamos.

Una vez, don Braulio fue por un tiempo a la ciudad, a ver algunas cosas y a visitar a su hija. Se fue por unas semanas pues el tiempo de la siembra aún faltaba y animales no tenía. Cuando regreso se dio cuenta que su vecino, el del otro lado, don Mario había entrado con sus máquinas, había tomado una parte de sus tierras.

Don Braulio vino a casa a contarle a mi padre, ambos fueron a ver y sí, efectivamente, era un codo en su tierra que había sido removido y hasta las zanjas de separación habían sido modificadas.

Tomaron el acuerdo y ambos fueron a ver a don Mario. Al llegar a la casa, don Mario ya los esperaba y desde lejos se acercó y con todos sus hijos con palanas y palos en mano, sin amenazar se sentía la amenaza. Don Braulio le increpó por la toma de sus tierras. Don Mario le dijo que esa parte estaba abandonada, que “la tierra es de quién la trabaja” – tomando la consigna de un reformador político militar de esos lugares. Un tiempo pasó cuando encontramos a don Braulio herido, unos hombres le habían golpeado y poco después había sido envenenado. Y hasta serpientes en su granero había encontrado. De todas se salvó don Braulio.

Recuerdo el día del juicio, policías y gente de a corbata caminaban por el campo en disputa. Al poco tiempo se celebraba las firmas y la justa sentencia. Don Braulio recobraba su tierra.

No sé como se puede explicar, el que alguien entre a tus tierras y tome lo que es tuyo.

No hay invasión que se pueda justificar.

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