Había una vez un juez que de la justicia vivía, este juez un día perdió la razón y en su confusión suplicó a los del lugar que le ayuden a encontrarla. Sin embargo, muchos vieron la oportunidad de hacer lo que este juez castigaba.
Solo un pequeño de mirada corta estuvo delante del juez con sus gruesos lentes y cortos brazos decidido a encontrar la razón del juez. Este al ver a este pequeño, confió en él y se dejó guiar.
Es así como este juez pasaba el tiempo ofuscado evitando el desvarío total, si será posible, algo de sensatez sin razón. Mientras tanto, en el pueblo se cometían barbaridades sin el más mínimo escrúpulo y sin que les aconteciera algo.
Es así como el vecino tomaba justicia por su propia mano y las contiendas corrían de lado a lado del pueblo destruyendo la armonía. Este fue el porqué las flores del parque se marcharon y las fachadas de las casas se volvieron murallas.
Al otro lado, la razón del juez rodaba entre las piedrezuelas del riachuelo, confundiéndose con las hierbas y los caracoles.
Un día el pequeño ya hastiado de tan infructuosa faena y con la molestia de ver al pueblo envuelto en tanta maldad, quiso alejarse del bullicio, dirigiéndose, allí, al riachuelo para recoger un poco de agua para su barrilete. Y grande fue su sorpresa al ver la razón como parte de una colonia de caracoles que en forma de espiral habían organizado sus corazas. El pequeño tomando la razón y sin más se lo llevó al juez, con esa alegría pensando que con ella, el pueblo volvería a su cauce. El juez de inmediato y con entusiasmo se lo colgó en su pecho como tenía costumbre.
Al alzar el juez la vista, esta vez con la razón bien en su lugar, vio al pueblo con la desesperanza de un moribundo. Había fuego en las casas, peleas, pobrezas, llantos y odios.
Al ver tanta necesidad, ordenó que a todos los del pueblo se le impusiera la razón, creyendo que antes de perderla todo estaba bien.
Muy pronto se dio cuenta que la maldad seguía y las disputas continuaban y hasta con más ímpetu que antes.
Es cuando el pequeño de gruesos lentes y brazos cortos, este que había sido testigo del antes, del mientras y el ahora… le dijo entristecido…
“Toda esta maldad en este pueblo empezó, no por falta de razón, sino que cuando mi juez perdió su razón no hubo más castigo…
La razón siempre estuvo entre los del pueblo, pero mientras la justicia del castigo velaba, esta razón estaba atada al miedo.
Mas cuando ella, la justicia del castigo, dejó de ser, entonces la razón con el egoísmo y la avaricia dominaron el corazón de este pueblo. El sentido natural sin cultivar del ser humano es codiciar lo ajeno, ganar sin importar el daño, injuriar al aire…
Este pueblo no siembra y no cultiva, es por eso que no puede escuchar a la bondad y ni a la piedad…
Mi juez, todo retornará a lo normal cuando vuelva implantar la justicia del castigo”
Después de decir esto, el pequeño cerrando los ojos se alejó del pueblo y no lo volvieron a ver más.
HOLA!