De un hombre jalando un caballo blanco, demacrado y arrastrando los pies, su vestimenta era incipiente, pues todo su atuendo de guerrero, así como el arco y la aljaba con algunas flechas estaban sobre la montura.
- Te saludo en paz, hombre de buenaventura – saludé tan de pronto que me sorprendí yo mismo
- Hm – respondió mirándome con sorpresa y duda.
- ¿De dónde viene el Señor? – le pregunté con mucho cuidado.
- De la gran guerra…– respondió queriendo seguir su camino.
- ¿Y ya terminó? ¿Sigue la guerra?
- No, todo sigue igual, ya no queda nada… nos matamos unos a otros, y ha venido un gran terremoto y otra gente inocente ha muerto… y la sangre de ellos ha llegado al mar.
- ¿De dónde vienes?… ¿Dónde el terremoto?
Su mirada era taciturna, sin expresión y sin responder se alejó.
Después escuché una melodía arengadora sobre un horizonte que oscurecía… será mejor ir ya a casa, pensé, sin saber a qué casa. Y así sin más, un sendero apareció, y me deslicé como uno lo hace en los sueños. Y a la primera curva un hombre de espalda al horizonte tocando aquella melodía con un cornetín dorado, me detuve para verlo. Su ropaje era simple y anticuado, y tenía como un arma de cazador en la otra mano. Su rostro era singular, pues parecía alegre, sin embargo, también serio. Cuando dejó de tocar, escuché al mismo instrumento sonar a lo lejos. Se dio cuenta de mi curiosidad y mirándome habló…
- ¡Y sabrán quienes somos!
Me dejó congelado con la sorpresa. Al no entenderlo mi mente se puso en blanco y solo quería salir de su presencia.
Desperté y sentí mucha tristeza por la gente muerta en la gran guerra y por ese terremoto.
Y pensé en aquel jinete, aquel guerrero de arco y flechas. Y en ese músico al horizonte pregonando la amenaza, y no era el único, pues cuando dejó de tocar, otro a lo lejos continuó.
El día empezó y sentía que estas imágenes me perseguían. Llegué a la oficina, a responder correspondencia, hacer llamadas, atender reuniones y escribir informes… llegué al final del día, camino a casa, doblar la esquina, y allí estaban el jinete y el hombre de blanco como esperándome. El jinete sin caballo, pero de guerrero con arco a la espalda y el hombre de blanco con el cornetín al cinto. La noche apuró a la oscuridad y cómo en un sueño, estábamos en medio de la penumbra en un parque con halo a soledad.
Comenzaron a quejarse del maltrato, la indiferencia y la arrogancia. Siempre eran los otros los culpables, los otros los malos, de los otros la amenaza. Por eso vamos a atacar… y atacaron sin darse cuenta que el precio era la vida misma. Y lo pagaron con préstamo; con la vida ajena, la del otro. Así se fueron los dos. Uno, al encuentro de los otros jinetes en el valle de Armagedón y el otro se marchó a cazar almas.
El día anunciaba con la aurora su llegada y yo ya no quería despertar, ya no quería darle carne a mi existencia, pero tampoco terminar en barro.
El mundo es un lamento,
las almas musitan su oración
la muerte levanta su intención
y yo me niego a darle su razón.
El mundo es un lamento,
y yo alzo mi voz,
la alborada asoma su perfil,
y la luna revela mi ambición.
Ni los jinetes de Armagedón,
ni los cazadores de Woden
impedirán al sol ser de justicia
ni a la semilla germinar.
… y es que yo ahora soy la brisa y tu canción.
HOLA!