Fue una navidad de muchos, mas para él, el mundo se llenó de melodías y el cielo de colores. Era hermoso, era fuerte, era más que un peluche. De día peleaba contra el malo y su poder era sin igual, de noche volaba y se escondía bajo las sábanas de la emoción y entre sueños lo abrazaba.
Cuando la casa estaba llena y otros niños corrían, él lo buscaba para volar y salvar, luchaba para ganar, y aunque mamá enojada porque no escuchaba el llamado a comer, a ayudar, a hacer los deberes, él amaba a su peluche. Siempre lo dejaba sobre la almohada, preparado para la siguiente misión.
Un día pasó y ya no estaba sobre la almohada, y otro día más y en apuros cayó detrás de algún mueble. Muchos días pasaron para que la dureza del olvido impregne su indiferencia y la niñez abandone aquel lugar. La razón endurecía la piel, y la inocencia se diluía al paso del orgullo obtuso.
La paciencia con la inercia se mezcló con alguna esperanza, y aunque nunca cerró sus ojos, envejecieron, y su tejido empolvado dejó de brillar, sin embargo, sus brazos continuaron extendidos, “yo estoy aún aquí”.
La maleta sobre la cama, viaje sin retorno, futuro con ansias, juventud en revuelo. Mas la nostalgia de su pasado, de lo vivido y los colores; a buscar al peluche de la memoria. Su mirada fija y sus brazos abiertos le trajo toda la infancia en un instante y con su sonrisa encaminó a la aventura.
Los años trascurrieron y las verdaderas luchas en campos lejanos encrudecieron, y en medio de la tregua, la melancolía de estar solo lo llevó a un pasado que no venía con lucidez sino con la pesadez del resentimiento, sin embargo, él y sus ojos negros gastados y su textura marchita le ayudaron a traer al negado niño, ese que toda lucha vence.
Y vino un hijo y luego una hija y otra y otro y otra… y todos vivieron a un padre con grandes historias de batallas lejanas, de colores en cielo y melodías insaciables; historias inútiles, historias increíbles, historias mágicas, pero encendían sus corazones y marcarían sus memorias para el futuro, no importa cuán borrascoso el porvenir, él siempre gana.
Los huesos ya son viejos y con lentitud se mueve, mirando al peluche, piensa en esas fábulas de cielo, de victorias, que abrieron en su momento nuevos horizontes, sabiendo que esa fuerza de niño inspirará a hijos, a nietos a nuevas perspectivas.
Y no es el peluche que tanto podemos amar, es mas bien porque él despierta a ese niño en nosotros que todo lo vence.
HOLA!