El día que vino la lluvia, Lisandro se percató que solo era agua, como la del pozo. Eran pequeños fragmentos de agua que se escurrían entre sus dedos. Y desde arriba, en su casa sobre la colina, veía como de a pocos el agua se llevaba las hojas secas hacía el prado.
Al otro día supo que algo había cambiado para siempre, pues el vapor que subía del suelo al amanecer, que dejaba su rastro sobre las hojas, dejó de ser. Sin embargo, unas manchas se aglomeraban en lo alto, entre el azul y el sol, de formas mil; eran blancas, algo oscuras, pasajeras, como el tejido blanco de una araña, pero más apretado y extendido.
Al tiempo y otra vez cayó agua del cielo, recordó que no era la primera vez. Esta vez era constante y esta vez no podía ver el azul de cielo, todo era negruzco en la hora de la luz. Así conoció la contradicción. Pues el agua en enjutas líneas de allí, ahora, decidida, se apuraba en bajar para mostrar su magna fuerza en medio del prado, su revolución, su poder; sublime, profundo. Este poder, desde ahora y para siempre lo había cambiado todo, y todos deseábamos vivir junto a él.
Así pues, también los frágiles sueños como los buenos pensamientos, pueden llegar a cambiarlo todo y hacer de uno el lugar en el cual se anhela vivir.
HOLA!